La literatura no es un spa

Lynnette Andújar

2/7/20252 min read

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La literatura no es un spa

Mientras visitaba una librería y curioseaba entre las mesas de las novedades, escuché a una mujer joven pedirle una recomendación a la librera: "Algo para relajarme, nada complicado o que me haga pensar, esas cosas no me gustan". La petición me dejó perpleja. No piensen que la molestia fue por lo de “algo para relajarse”, sé que es una de las funciones de la literatura, pero el descaro de afirmar que no le gustan las cosas que le hagan pensar es una aseveración grave, difícil de ignorar. Desde el inicio de la civilización ha habido gente presumiendo su incultura, esto está claro; pero ahora hay quien con frivolidad busca disfrutar del arte lejos del innegable decaimiento social o su psique individual. Peor aún, pretenden que el arte se acople a su juego de la gallinita ciega, poniendo un muro de hormigón al crecimiento del pensamiento crítico. Aunque de eso también tenemos culpa los escritores.

"La literatura es una forma de pensamiento y, como tal, una extensión de la vida moral", decía Iris Murdoch. Con esto vale la pena hacer hincapié en que como seres pensantes debemos comprender que la ficción no tiene como único fin ser un pasatiempo sino un espacio de reflexión para poner a prueba la profundidad humana. En un momento donde la información circula sin frenos, la opinión sustituye la verdad y pretendemos ser infalibles, la literatura sigue siendo el salvavidas para adentrarnos en la complejidad moral. Un buen libro no solo narra una historia, sino que también nos enfrenta con dilemas éticos y posturas filosóficas, desafiando creencias y prejuicios, más allá de lo que normalmente hacemos. No busco jerarquizar géneros porque también es cierto que la literatura no debe ser siempre desafiante o dolorosa, pero reducirla a un spa de desconexión es desperdiciar su verdadera fuerza.

Los personajes no son simples instrumentos de trama, sino seres humanos que se enfrentan a contradicciones, deseos y errores. A través de ellos, el lector es sometido a la empatía, incluso con aquellos cuya perspectiva incomode. Esta es una de las mayores responsabilidades de la literatura: entrenar nuestra capacidad de comprender lo ajeno sin apresurarnos a un juicio fácil.

Está de moda discutir la "responsabilidad" del escritor, donde algunos argumentan que la literatura debe ser un santuario libre de discursos ofensivos, mientras otros defienden su derecho a incomodar a las masas. Lo cierto es que la ficción no está para adoctrinar ni satisfacer expectativas morales predefinidas, sino ampliar nuestra visión del mundo. Con esto no propongo que quememos los libros de romances o dragones, de ellos también se aprende, y corramos a leer Nietzsche, Tolstói o Sartre, pero tanto lectores como escritores tenemos la responsabilidad de abrirnos a la literatura tensa y dejarla entrar como caballo de Troya, para que provoque desconcierto y análisis. Como dijo Camus: “La literatura es el arte de conocer al ser humano y su contradicción. No se trata de que nos guste lo que leemos, sino de que nos enfrente a lo que somos.”

¡Hasta la próxima! 

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